martes, 10 de enero de 2012

EN RUBIO N.2

LA SEMANA SANTA
    Cada año el largo y triste gemido de las chicharras , un cambio de clima que traía temperaturas más altas que de costumbre y la calima que cubría todo eran el preámbulo de la inminente llegada de la Semana Santa o como se vino a llamar después La semana Mayor. Era una época de gran preocupación para los más pequeños por la conseja de que quien se bañara en Viernes Santo se convertiría en pez, todo el tiempo nos las ingeniábamos para tratar de evadir el baño cotidiano a fin  de evitar la terrible metamorfosis, nunca constatada en algún ser conocido o, por conocer.
   Recuerdo con gran nostalgia las procesiones con cierto aire  español que los sacerdotes Dominicos de la parroquia, todos de origen hispano, organizaban para las solemnidades prepascuales. Nos llamaba mucho la atención y era motivo de especulaciones infantiles cuándo sería el momento en que el Jueves Santo morirían las campanas. Era el esperado cambio del tañer de aquellos bronces por un sonido  áspero y seco llamado la matraca  utilizada para llamar a los fieles a los diferentes oficios religiosos.
     Una costumbre, no sé su actual destino, era la participación de niños de reconocidas familias, vestidos con túnicas de satén comprado a la carrera donde las Srtas. Fernández, Don Tirso Lara o en la Circasiana de Don Carmelo  Rodríguez, cómodamente calzados con rústicas alpargatas  fabricadas por acuciosos artesanos,  aquellos niños, entre contenidas  sonrisas y cuchicheos, protagonizaban junto al oficiante de turno la escena bíblica del Lavatorio.
 Mi memoria me lleva hasta el viernes, día luctuoso y de gran recogimiento donde hacia las horas vespertinas se congregaba toda la gente vestida de rigurosos colores negro, violeta o blanco para acompañar la procesión del Santo Sepulcro hasta la  capilla del hospital Padre Justo. Recuerdo con especial cariño un año cuando una hermosa joven, amiga de mi familia, vino desde la capital de la república a disfrutar de las vacaciones y por supuesto no estaba preparada con las respectivas ropas de luto, lo cual dio motivo para que las beatas y los más conservadores criticaran con airadas voces la vestimenta de aquella despistada chica.
     La noche del viernes era de un marcado sentimiento de tristeza, muchos iban a Santa Bárbara a cumplir con la devoción anual de rezar los 33 Credos diestramente marcados ,uno a uno, en hojas de la palma bendita recogida el Domingo de Ramos .Las mujeres de rigurosas mantillas acompañaban por las oscuras calles a una desesperada y muy sevillana imagen de la Virgen de los Dolores, era la procesión de la Soledad, las fieles con sus  velas y cirios encendidos iban haciendo sus plegarias por el hijo de aquella que atribulada buscaba en vano los restos del mártir. A la par de este recogimiento muchos zagaletones se entretenían haciendo que muchas tropezaran y con el movimiento, casi siempre, se originaba un pequeño incendio en la cabeza de alguna desprevenida feligresa.
      El sábado, era más tranquilo, respirábamos un aire de calma al enterarnos de que ningún poblador había sufrido la Kafkiana transformación. Los oficios eran por la noche y se desenvolvían en la acostumbrada liturgia de la bendición del agua y del fuego, aderezada con la sempiterna advertencia del párroco de no llevar las matas de sábila para el templo, y de esta manera espantar la superchería.
     El domingo de pascua  era de gran regocijo, generalmente, el ambiente ayudaba, la calima desaparecía como por cosa de magia, el paisaje era espléndido, todos vestíamos alegres ropas para esperar la entrada triunfal del resucitado cuya imagen, donación generosa de un acaudalado empresario del café y traída recientemente desde la lejana Italia,  hacia su aparición a golpe de las  diez u once de la mañana.
      El lunes volver a  la cotidianidad, comentar en los pasillos del colegio Los Andes nuestras experiencias vacacionales y prepararnos para entrar en la recta final del, año escolar.

1 comentario:

  1. Es de recordar en las procesiones de toda la Semana Santa, los Boy Scouts mantenían el orden y hacían los cambios para las personas que necesitan cambio de carga. Los Boy Scouts éramos una autoridad, de paso éramos los play boy de las jovencitas Rubiences. Por lo general siempre se estrenaba novia.

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